La Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo es una de las celebraciones más significativas del calendario litúrgico católico, no solo por su profundidad teológica, sino también por el contexto histórico que le dio origen.
Aunque hoy se percibe como la culminación del año litúrgico, su nacimiento responde a un momento concreto en el que la Iglesia quiso afirmar un mensaje claro frente a las tensiones culturales y políticas del mundo moderno.
La encíclica Quas Primas y la visión de Pío XI
La fiesta fue instituida en 1925 por el papa Pío XI a través de la encíclica Quas Primas. El escenario mundial no podía ser más convulso:
Europa aún trataba de levantarse tras la Primera Guerra Mundial, mientras diversas ideologías como el comunismo, el fascismo y los nacionalismos radicales tomaban fuerza. Paralelo a ello, el laicismo estatal avanzaba en países como Francia, Italia, México y España, promoviendo la expulsión de la fe de los espacios públicos y presionando para reducir la influencia social del cristianismo. En muchos lugares, los cristianos vivían persecución abierta o restricciones severas.
Ante este panorama, Pío XI decidió recordar al mundo que ninguna ideología, Estado o líder tiene el derecho de suplantar la soberanía de Dios ni de convertirse en una especie de salvador secular.
La respuesta de la Iglesia fue profundamente teológica: reafirmar a Cristo como Rey. No como un monarca político, militar o terrenal, sino como aquel que reina en el orden espiritual, moral y eterno. Su autoridad no se sustenta en el poder, la imposición o las armas, sino en su identidad como Hijo de Dios, creador y redentor de la humanidad.
San Agustín lo expresó de manera brillante cuando dijo:
“Dominus noster Christus regnavit a ligno.”
"Nuestro Señor Cristo reinó desde el madero [de la cruz]"
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Fundamento bíblico del reinado de Cristo
La encíclica Quas Primas subrayó que la realeza de Cristo está profundamente enraizada en la Escritura:
En el libro de Daniel se anuncia que al “Hijo del Hombre” se le da un dominio eterno: “Su dominio es un dominio eterno que nunca pasará, y su reino no será destruido” (Daniel 7:14).
El Evangelio de Lucas recoge la promesa hecha a María sobre Jesús: “El Señor Dios le dará el trono de David su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin” (Lucas 1:32-33).
Ante Pilato, Jesús mismo declara que su reinado no es de carácter político ni violento: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36). Y en otro pasaje reafirma su misión real basada en la verdad: “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad” (Juan 18:37).
El libro del Apocalipsis presenta a Cristo glorioso como “Rey de reyes y Señor de señores” (Apocalipsis 19:16) y como “el soberano de los reyes de la tierra” (Apocalipsis 1:5).
Al contemplar esta verdad, San Juan Pablo II escribió: “Cristo Rey es la respuesta de Dios a la esperanza de la humanidad. En Él, la realeza es servicio y el servicio es entrega total.”
Centrar la vida en Cristo
El propósito pastoral de esta solemnidad fue claro desde el inicio. Pío XI quiso invitar a los cristianos a reconocer a Cristo como centro de la vida personal y social. Para la Iglesia, la auténtica paz mundial solo puede edificarse cuando los seres humanos permiten que Cristo reine en sus conciencias y decisiones. San Juan Pablo II lo resumió así: “Cristo no arrebata nada; Cristo lo da todo. Él es Rey porque nos enseña el camino de la libertad y del amor”.
La fiesta también buscaba corregir la tentación de idolatrar ideologías, Estados o líderes humanos, recordando que ninguna estructura terrenal puede ocupar el lugar que pertenece únicamente a Dios.
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La evolución de la fiesta hasta nuestros días
Así, esta fiesta se convirtió en un recordatorio anual de que, más allá de los conflictos políticos, los sistemas de poder y las crisis sociales, el Reino de Cristo permanece como una realidad que trasciende la historia. Su reinado no compite con los reinos de este mundo: los transforma, los juzga y los orienta hacia la justicia y la verdad. San Maximiliano Kolbe decía: “Cristo debe reinar en cada corazón mediante el amor que se entrega sin reservas.” Y Santa Catalina de Siena insistía: “Cristo dulcísimo es Rey verdadero, que reina en las almas que se entregan a su voluntad.”
Por eso, cada año, la Iglesia proclama la misma convicción que inspiró a Pío XI hace casi un siglo: Cristo es Rey, no por imposición humana, sino por su amor eterno, su victoria sobre la muerte y su señorío sobre toda la creación.
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