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Poder o autoridad. ¿Qué nos enseña Jesús?

 Cuando tenía unos 14 años recuerdo que el grupo de jóvenes de la parroquia presentó una obra de teatro en la que se mostraban las distintas tentaciones que se le presentaban a un hombre, entre ellas, EL PODER. Más adelante, recuerdo escuchar en muchas ocasiones reflexiones a partir del pasaje en el que satanás le ofrece a Jesús PODER sobre todos los reinos de la tierra (Lc 4, 5-8), ofrecimiento al que Jesús responde con humildad y conocimiento de las escrituras. 

Todas estas reflexiones me hicieron pensar en un momento que todo deseo de cualquier tipo de poder o autoridad era algo malo y que lo mejor era aspirar a una vida en la que nuestra única ambición fuera la Santidad. Y esto hasta cierto punto es cierto, es un camino que nos garantiza tener una vida más tranquila y feliz. Pero con esto en mente, por mucho tiempo no sabía si los deseos que sentía mi corazón de liderar el grupo de oración en el que había crecido, o el ministerio de jóvenes de la RCC o incluso de algún día ser alcalde de mi ciudad o presidente de Colombia eran algo que venía de Dios, o si era un vano deseo de poder lo que me movía.

También es cierto que en nuestra vida, aunque no lo busquemos, hay muchos momentos en que Dios nos llama a posiciones de poder sobre otros. Al ser padres ejercemos poder sobre nuestros hijos, al ser ascendidos en nuestros trabajos tenemos poder sobre nuestros subalternos, en el servicio a Dios es posible que en algún momento nos llamen a liderar un ministerio, comunidad o actividad, teniendo poder y responsabilidad sobre otros. Y ni hablar de las personas de vida consagrada, que son asignadas como cabezas de la iglesia en parroquias, o como obispos, superiores de comunidades o el mismo Papa. 

Teniendo esto en mente no es posible afirmar categóricamente que el poder sea algo malo. El mismo Jesús llamó a Pedro como cabeza de su iglesia, dándole el poder de "atar y desatar" y dándole las llaves del reino. Tiene que haber un mérito en ejercer el poder de forma correcta, de forma cristiana, de acuerdo al querer de Dios. Tiene que haber algo más que no había entendido al respecto. 

Una de las ideas que más me han ayudado a profundizar en este entendimiento vienen de Jean Vanier en su libro "Signos. Siete palabras de esperanza". Más específicamente en su capítulo dedicado a la AUTORIDAD. 

Para comenzar el autor establece una diferencia entre el PODER (que no siempre es bueno) y la AUTORIDAD. Esta no es una diferencia taxativa. Es más bien una distinción que nos ayudará a entender la diferencia entre lo que plantea el mundo y lo que quiere Dios. 

Unas de las primeras ideas que sostiene al respecto de esto es que la AUTORIDAD despierta y sostiene la conciencia personal de cada uno, mientras que el PODER sustituye y adormece las conciencias. 

Un buen ejemplo del líder que ejerce autoridad y no poder es el ejemplo del "buen pastor" que nos narran los evangelios, el cual "conoce y llama a cada oveja por su nombre". Esto va más allá de simplemente saber cómo se llaman. Parece que Jesús nos quiere dar a entender que para ejercer una verdadera autoridad hay que conocer las fuerzas, las debilidades y la misión personal de cada persona, mediante la escucha, el conocimiento y la confianza recíprocas que permitan una relación de comunión. 

Podemos decir que el buen pastor de un rebaño es el que no ve un rebaño, el que no espera que todas las ovejas lo sigan ciegamente, sino que ve en medio del rebaño la particularidad e individualidad de cada uno, el buen padre pastor es el que ve que cada uno de sus hijos es diferente que él y son diferentes entre sí, el buen maestro pastor es el que ve y entiende que cada estudiante es diferente y tiene un llamado y unas potencialidades diferentes, el buen coordinador pastor de un grupo de oración es el que entiende que cada persona llega con una historia, un testimonio, un camino y una forma de relacionarse con Dios. 

La segunda característica del buen pastor al ejercer autoridad es que este da la vida por sus ovejas. Esto va más allá de estar dispuesto a dar la vida, a estar dispuesto a dejarse pegar un tiro en cambio de salvar la vida de otro. Va mucho más allá. Si antes dijimos que un buen pastor ejerce la autoridad reconociendo las particularidades y el llamado de cada uno, dar la vida significará entonces sacrificar los propios intereses, su tiempo y su vida entera para que cada uno desarrolle su conciencia personal y pueda crecer en madurez y libertad interior.

La meta no puede ser que las personas te obedezcan y te sigan como ovejas, sino ayudarle a cada uno a ser más humano, a seguir adelante, a encontrar su propio camino. La autoridad sabe hacer el luto de los propios proyectos y de las ideas con respecto al otro. Tú como papá quieres que tu hijo sea súper extrovertido, que haga amigos y que cuando crezca sea doctor, abogado o contados. Pero con tu apoyo tu hijo aunque tímido aprende a hacer pocos pero buenos amigos, y encuentra en la pintura la forma de ganarse la vida y ser feliz. La autoridad se siente feliz diciendo "Tú eres tú, tienes una vocación única, tienes un camino que has de seguir, aunque vaya en una dirección completamente distinta a la mía". 

Ahora bien, el PODER no siempre es malo. Me explico. Lastimosamente en el mundo existe el mal, y por eso se necesitan las leyes y los castigos. El ideal cristiano y humano es que nadie agrediera a nadie, por ejemplo, pero si Juan quiere darle una golpiza a Mario, es necesario que Juan sepa que no está bien y que hay sanciones si decide hacerlo. Hay que trazar límites claros para oponerse al mal. El PODER fue hecho para marcar esos límites. 

Los padres están designados para ejercer el poder y marcarle los límites a los niños. No deben dirigir cada aspecto y momento de la vida del niño, hay que dejarlo ser niño, pero están llamados a marcas esos límites. Esto se ve marcado especialmente en los primeros años de vida del niño. Pero con el tiempo el PODER no es suficiente, porque hay situaciones en la que el niño, joven o adulto, no tendrá a su padre para que le diga hasta dónde llegar. Por eso debo insistir en que incluso este poder bueno y natural debe estar acompañado de un ejercicio de la autoridad que forma la conciencia y enseñe a tomar decisiones. 

El peligro que hay que evitar es que el poder se vuelva compulsivo, que nos cierre al diálogo con los demás. Hay que evitar que el poder se convierta en un fin en sí mismo, que el miedo a perder ese poder nos lleve a mentir, encubrir o negar la verdad. Hay que evitar que el poder se convierta en miedo. 

Ahora bien, así como un padre no puede exigirle a un hijo ser perfecto y un gerente no puede pedirle a sus nuevos trabajadores hacer todo bien, tampoco podemos exigirle o exigirnos como líderes ser perfectos en el ejercicio de la autoridad. Este requiere de un crecimiento, una verdadera transformación, que muchas veces requerirá recurrir a personas de más sabiduría que él para discernir cómo afrontar diversas situaciones difíciles propias del liderazgo. 

Cuando yo coordinaba una comunidad juvenil, recurría constantemente a mi párroco, quien tiene un gran don de consejo. A veces iba donde un sacerdote Jesuita para tener una opinión externa fuera del contexto de la comunidad. En ocasiones recurría a los antiguos coordinadores en la comunidad, preguntándoles cómo habían afrontado situaciones similares en el pasado. Todo bajo el convencimiento que, como ya lo dije antes, la autoridad se construye en diálogo y comunión. 

No quiero alargarme mucho más, porque siento que ya lo hice más de la cuenta... solo quiero dejarte un último mensaje de la palabra de Dios que te ayudará: Examinadlo todo; retened lo bueno. Esto aplícalo tanto en tu vida personal como en el ejercicio de la autoridad en los distintos ámbitos de la vida. Siempre piensa antes de actuar, antes de decir, antes de explotar. Siempre pide la asistencia del Espíritu santo para que te ayude a discernir lo mejor para cada situación.

Mi oración contigo.

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Si llegaste hasta aquí, te invito a ver este video en el que hablo sobre San José. Seguramente tendremos mucho que aprender de él para ejercer la autoridad de forma cristiana. 



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