Cuando hablamos de la relación de María con Dios solemos decir que ella es hija de Dios (padre), Madre de Jesús (hijo) y Esposa del Espíritu Santo.
Este último punto, obviamente no debe entenderse de forma literal. Osea ella no se casó con el Espíritu Santo, su esposo sabemos que era San José. Pero ella estaba tan íntimamente unida al Espíritu, y este habitaba tan plenamente en ella, que podríamos decir que fue y es como su esposa.
Veamos a continuación algunos puntos esenciales que nos ayudarán, no solo a entender esta relación, sino a descubrir en ella un modelo de vida en el Espíritu Santo que podemos seguir:
1. Por su maternidad divina.
En el evangelio según San Lucas, vemos el relato de la visita del ángel a María, quien le dice: Alégrate, llena de gracias, el Señor está contigo. No temas porque has hallado gracia delante de Dios.
En estas palabras vemos ya una actitud y disposición interior a la vida espiritual, que llegaría a su plenitud ante el siguiente anuncio:
El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra
A lo que ella responde: He aquí la esclava del Señor, que se haga en mí según tu palabra.
Ese fue el primer pentecostés, el protopentecostés de nuestra señora. En ese pasaje bíblico aparece por primera vez en el nuevo testamento el nombre del Espíritu Santo.
En adelante toda la vida de María estará como sumergida en esa nube, y por su acción, el cuerpo de Jesús comenzó a formarse en las entrañas virginales.
Es de esta relación tan estrecha, de la que surge el título de María como la inmaculada esposa del Espíritu, título que le sería dado por el Papa León XIII (entre otros muchos).
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2. Por su inmaculada concepción.
Dios preparó a María en su cuerpo y en su espíritu.
Recordemos que Dios piensa en cada uno de nosotros sus hijos desde antes de crear el mundo, desde antes de formarnos en el vientre de nuestra madre.
Por eso, para tan alta y noble misión, Dios preparó a María haciéndola libre de toda culpa, la hizo inmaculada (Este es un dogma de fe en el que creemos los católicos, uno de los 4 dogmas marianos).
Los cristianos nos alegramos con ella, por eso cada 8 de diciembre encendemos velas y dejamos que las ventanas y balcones florezcan con luces que nos recuerdan el fuego del Espíritu.
También en nosotros el Espíritu Santo puede hacer maravillas: nos hace hijos de Dios, nos hace hermanos de Jesús y miembros de la Iglesia. Tenemos que reconocer esa dignidad grande que nos confiere y vivir conforme a ella.
A María Dios la hizo su templo, su sagrario. Ella fue el Arca de la Nueva Alianza.
Nosotros también estamos llamados a ser templo y morada santa donde habite Dios.
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3. Por su vida de oración y servicio.
La vida de oración es uno de los signos más claros de la presencia del Espíritu Santo en una persona. La palabra dice que nadie puede decir Jesús es el Señor, si no es movido por el Espíritu, y que este grita "Abba, Padre".
María llena del Espíritu, cuando fue a servir a su prima, proclama una de las alabanzas más bellas de toda la palabra de Dios. El Magníficat:
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos. Auxilia a Israel su siervo, acordándose de su santa alianza según lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Con ese canto, María se vuelve profesora de alabanza, pedagoga del evangelio. Pero María va más allá, ella no solo ora y alaba. Ella misma se convierte en oración y alabanza. De tal forma que todas las personas cerca de ella comienzan a alabar y bendecir a Dios, todas quedan llenas del Espíritu Santo:
Lo hace Isabel en la visita.
Lo hace el anciano Simeón.
Lo hacen los apóstoles el día de Pentecostés (en el que estaban con María).
Sigamos el ejemplo de María y dejemos que el Espíritu ore en nosotros todos los días de nuestra vida. Como decía San Agustín: No oro yo, sino que Cristo ora en mí.
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4. Por su escucha de la palabra.
Para todos nosotros María es modelo de cómo aceptar y vivir la Palabra de Dios.
- En la anunciación, María se declara esclava del Señor y pide que se haga en ella según su palabra.
- Cuando visita a Simeón, esta recibe en profecía que una espada de dolor le atravesaría el corazón, y esta nunca rehúye de esta palabra, la recibe con apertura.
- De María también dicen los evangelios que ella conservaba todas estas palabras en su corazón, y meditaba día y noche lo que significaban.
- En las bodas de Caná, ella nos pide que escuchemos y cumplamos esa palabra de Jesús: Hagan lo que Él les diga.
Dice Jesús que cuando los apostoles recibieran el Espíritu Santo, les recordaría todo y los llevaría hasta la verdad. Así, el Espíritu Santo debió ser quien mantenía presente ante el recuerdo de María todo lo que decía y hacía Jesús.
5. Por su maternidad extendida a la Iglesia.
En el calvario estaba María y, junto a ella, el discípulo amado. Ahí por la fuerza del Espíritu Santo, María se convierte en la Madre de la Iglesia.
Mujer, he ahí a tu hijo. Hijo, he ahí a tu madre.
Todos los discípulos de Jesús estaban ahí representados por el discípulo amado. Allí estaba María encinta de una nueva y misteriosa maternidad que la superaba.
Así como Abraham lo llamamos el padre de los creyentes, porque confió en la palabra de Dios, porque por obedecer estuvo dispuesto a inmolar su hijo en el monte. Así a María la llamamos madre de los creyentes, porque estuvo generosa en la entrega de su hijo.
Durante los 50 días que esperaron el Pentecostés, María fue el signo de unidad en medio de esa Iglesia naciente y cobarde. Ella los acompañó, y estuvo con ellos, no solo los 12, sino los 120 que recibieron el fuego del cielo en ese glorioso día de pentecostés. Allí estaba María como madre que enseña a vivir en ese Espíritu que ya ella había recibido en la anunciación.
María, Madre de la Iglesia, orante, suplicante, presidía esa efusión de Espíritu Santo porque ella siempre está presente en todo pentecostés. A tal punto que el Papa Benedicto XVI diría: No hay pentecostés sin la virgen María.
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6. Por su gloriosa asunción.
Otro dogma mariano nos dice que María fue asunta al cielo, no por sus propios medios (como Jesús), sino llevaba por los ángeles, por el mismo Jesús.
Pasada la efusión pentecostal, María se sumergió en el silencio. La nube del Espíritu la siguió protegiendo con su sombra, hasta que le llegó el día en que la nube brilló y le dio transparencia y reflejó en ella su claridad.
Ese Espíritu la transformó, la coronó de gloria, la elevó hasta el santuario del cielo, la constituyó reina y señora universal.
Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas (Apocalipsis 12).
Por eso hoy acudimos a ella y le imploramos que nos mire con sus ojos misericordiosos y nos muestre a Jesús, que es el fruto de su vientre, y le ruegue a Él por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.
El Papa Pablo VI, en Marialis Cultus, pide estudiar la relación entre el Espíritu Santo y María. Y este artículo no alcanza a profundizar en tan grande riqueza. Sin embargo, aunque no lo entendamos en su totalidad, sigamos las palabras de San Francisco de Sales: Quien quiera tener el Espíritu Santo, que se una a María.
Ven Espíritu Santo, ven por medio de la poderosa intercesión del Inmaculado Corazón de María, tu amadísima esposa. Amén.
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Si quieres profundizar más en este tema, te recomiendo el libro "El Espíritu Santo y María", del padre Diego Jaramillo. Puedes encontrarlo en librerías Minuto de Dios.
Mi oración contigo.
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