Cuando eras más joven te vestías y andabas por donde querías; pero cuando seas viejo extenderás las manos y otro te vestirá, y te llevará adonde no quieras. (Juan 21,18)
Por estos días hemos visto al Papa Francisco en entrando en silla de ruedas a las misas y audiencias, con dolor de rodilla, con gran dificultad para moverse. Sin embargo, a pesar del dolor y de la "humillación" que representaría para muchos el verse en una situación como esta, nunca ha dejado de sonreir ni ha perdido el amor en sus palabras.
Y nótese que pongo la palabra humillación entre comillas, porque considero que cristianamente no es humillante estar en una situación en que no te queda de otra sino ser ayudado por otros, ser servido. Muchas veces nuestro orgullo nos hace pensar que esto es humillante, nos sentimos como una carga. Ya sea por enfermedad, ya sea por edad. Incluso llegamos a sentir esto mismo cuando hemos tenido dinero y depronto por perder el trabajo o caer en bancarrota comenzamos a depender de la caridad de alguien más.
LA HUMILLACIÓN PUEDE SER LA ESCUELA DEL ENCUENTRO
La humillación puede llevar a la victimización, a la rebelión, pero también al deseo de encontrar lo diferente en un plano de igualdad, de persona a persona, y no de abajo hacia arriba. Nos conduce al "sacramento del encuentro". ¿Cuantas personas con mucho dinero no trataban como menos a vecinos o familiares y al caer en bancarrota o enfermedad aprendieron finalmente a valorar la compañía de sus seres queridos? Esto no es fortuito, la humillación los llevó a descubrir a los otros como iguales. Ahí donde la sobervia había levantado muros, la humillación los derribó para construir puentes.
¿No fue esto mismo lo que le pasó al hijo pródigo? Humillado, quizo regresar donde su padre, y encontró en él amor y misericordia. Pero también el padre, pudo finalmente ver en su hijo apertura y humildad.
LA HUMILLACIÓN NOS AYUDA A RE-DESCUBRIR NUESTRA HUMANIDAD
En un mundo que predica el éxito como único destino deseable, la humillación aparece como la antítesis de lo humano, a tal punto que muchas veces nos preguntamos: ¿Si mi vida no es exitosa, habrá espacio para mí en la sociedad? Y de ahí que haya hoy tantos suicidios, tantas crisis, tanta presión, tanto estrés. Y de ahí también, que normalicemos la exclusión de las personas con discapacidades mentales o físicas.
Cuando la humillación aparece tenemos 2 opciones. Dejar que la oscuridad nos consuma por "haber fallado" en el juego de la vida, o cambiar la mirada de posición, dejando de mirar el mundo como lo ve el mundo y comenzando a mirarlo como lo mira el creador del mundo. Ahí descubrimos que, aunque humillados, seguimos teniendo el mismo valor, porque valemos en cuanto somos hijos de Dios, no en cuanto podemos hacer o aportar.
Alguna vez le preguntaron al filósofo y teólogo Jean Vanier, quien fue amigo personal de la Madre Teresa de Calcuta, si podía dar una conferencia sobre Santa Teresa, y el dijo: "Para mí es imposible, pero si lo desean puedo dar una conferencia sobre la pequeña Madre Teresa". Porque cuando se pone a las personas en los altares, se corre el riesgo de no salir a buscarlas donde están realmente: es decir, allí donde han vivido y siguen estando para siempre. Así, si queremos encontrar a la Madre Teresa, no debemos buscarla en los altares, debemos buscarla entre los pobres y humillados. Ahí la madre Teresa descubrió el verdadero sentido de lo humano y lo divino. Y ahí debemos encontrarlo nosotros también.
La humillación es una invitación a mirar más allá, más arriba, para descubrir el verdadero sentido de la vida, el verdadero sentido del servicio, el verdadero sentido de lo humano. Pero en la humillación podemos unir nuestra carne a la de Cristo, nuestro sacrificio al de Cristo.
Los apóstoles salieron de la presencia de las autoridades muy contentos, porque Dios les había concedido el honor de sufrir injurias por causa del nombre de Jesús. Hechos 5,41.
Mi oración contigo.
*Este artículo es un eco de los pensamientos surgidos en mi corazón al leer el primer capítulo del libro "SIGNOS: Siete palabras de esperanza", de Jean Vanier.
Si llegaste hasta aquí te invito a ver el siguiente video:
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