El 3 de octubre del 2020 el Papa Francisco nos regaló la Carta Encíclica Fratelli Tutti sobre la fraternidad y la amistad social.
A esta carta siento que no se le dio tanta difusión y reflexión como a otras anteriores. Por eso, cuando estamos ad portas de iniciar un nuevo año, quiero compartir algunas ideas inspiradas principalmente en el capítulo 1: Las sombras de un mundo cerrado.
¿Vivimos en un mundo cada vez más cerrado?
Para iniciar su encíclica, el Papa nos abre su corazón para revelarnos algunas cosas que le preocupan sobre el mundo. Estas son más que una aséptica descripción de la realidad, ya que los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.
Estas son algunas de esas sombras:
- La historia parece estar volviendo atrás: se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados y resurgen nacionalismos cerrados y agresivos.
- La sociedad globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos: estamos más solos que nunca en el mundo, dado que se privilegian los intereses individuales sobre la dimensión comunitaria de la existencia. Se privilegia la economía sobre las personas, el poder sobre la identidad.
- El fin de la conciencia histórica: crecen cada vez más los discursos que intentan borrar la historia, barrer con el pasado, con lo construido. Es una forma sutil pero perversa de colonización cultural. Esto genera desarraigo, personas sin raíces.
- No hay un proyecto para todos: actualmente se niega a otros el derecho a existir, a opinar, ridiculizando, sospechando de ellos, cercándolos. Se siembra desesperanza, se suscita la desconfianza constante. Un proyecto con grandes objetivos para el desarrollo de toda la humanidad hoy suena a delirio.
- El descarte mundial: partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano digno de vivir sin límites. Así de fácil se descarta a pobres y discapacitados, a los no nacidos, a los ancianos. Este descarte toma forma de racismo, de sexismo, de xenofobia, toma forma de pobreza, de aborto, de muerte, toma forma de segregación.
- Derechos humanos no suficientemente universales: la desigualdad crea el hecho de que los derechos humanos no son iguales para todos, por eso vemos hoy numerosas formas de injusticia que explotan, descartan y matan al hombre. Tus derechos dependen de si eres rico o pobre, hombre o mujer, de un país desarrollado o del primer mundo. Vemos incluso hoy fenómenos como la esclavitud, la violencia sexual, abortos forzados, secuestros, tráfico de órganos y mucho más.
- Conflicto y miedo: cada vez más los conflictos del mundo escalan, a tal punto que podríamos decir que vivimos una tercera guerra mundial en etapas. Reaparece la tentación de hacer una cultura de muros, de levantar muros en el corazón y en la tierra.
- Globalización y progreso sin un rumbo común: junto a los progresos históricos vemos un deterioro de la ética, que condiciona la acción internacional, y un debilitamiento de los valores espirituales y del sentido de la responsabilidad. Si bien nos cautivan muchos avances, no advertimos un rumbo realmente humano. Vemos hoy una cultura del enfrentamiento, un verdadero cisma entre el individuo y la comunidad humana.
¡Qué bonito sería que a medida que descubrimos nuevos planetas lejanos, volviéramos a descubrir las necesidades del hermano o de la hermana en órbita alrededor de mí!
- Las pandemias y otros flagelos de la historia: con la pandemia del Covid 19 recordamos que "nadie se salva solo", la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad, pero presos de la virtualidad, hemos perdido el gusto y el sabor de la realidad. Debemos repensar nuestras relaciones, estilos de vida, organización de nuestras sociedades, el sentido de nuestra existencia. Ojalá que al final ya no estén "los otros" sino solo un "nosotros".
- Sin dignidad humana en las fronteras: la migración suscita alarma y miedo, a menudo explotadas con fines políticos. Se difunde así una mentalidad xenófoba, de gente cerrada y replegada sobre sí misma. El miedo nos priva así del deseo y de la capacidad de encuentro con el otro.
- La ilusión de la comunicación: mientras nos cerramos más, aparecen formas de comunicación que acortan las distancias a tal punto que deja de existir el derecho a la intimidad y la vida se expone a un control constante. La conexión digital no basta para tender puentes, no alcanza para unir a la humanidad.
- Agresividad sin pudor: la agresividad social encuentra en los dispositivos móviles y ordenadores un espacio de ampliación sin igual. Ellos ha permitido que las ideologías pierdan todo pudor, creando mecanismos de manipulación de las conciencias y del proceso democrático.
- Información sin sabiduría: el mundo de hoy es en su mayoría un mundo sordo, en el que construimos un círculo virtual que nos aísla del entorno en el que vivimos.
- Sometimientos y autodesprecios: caemos muchas veces en un menosprecio de la propia identidad cultural, creando una nueva cultura al servicio de los más poderosos.
¿Son estas sombras un motivo para perder la esperanza?
A pesar de estas sombras densas que no conviene ignorar, debemos tener claro que Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien, ayudándonos a entender que NADIE SE SALVA SOLO. El principal motor para que el 2022 sea más brillante es la ESPERANZA.
La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compasiones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. Caminemos en esperanza.
Una vez caiga el telón de este 2021 tendremos 365 días para construir un mundo más abierto, más luminoso, más respetuoso, más cercano, más real. Un mundo, en definitiva, más cristiano.
También te comparto este video: San Gabriel: El Arcángel de las Buenas Noticias
Mi oración contigo.




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