El perdón no es simplemente un tema espiritual más; es el corazón del mensaje cristiano. Y en la vida matrimonial, es un pilar indispensable. El cristiano no puede plantearse si perdonar o no, porque ha sido llamado a una vida de perdón. El mismo Jesús, en la cruz, reconcilió al mundo con Dios, y allí —en ese madero— se nos enseñó lo que significa amar hasta el extremo.
¿Por qué el perdón es una disyuntiva?
Porque vivimos en un mundo de rupturas, heridas y pecados. Fallamos a Dios, nos fallamos a nosotros mismos y fallamos a los demás. El matrimonio, como toda relación humana profunda, está marcado por momentos de tensión, malentendidos y heridas. De ahí la necesidad urgente de perdonarse.
Veamos algunas reflexiones en torno al perdón que nos pueden iluminar en este camino:
1. Reconocer la ofensa, no minimizarla
Perdonar no significa justificar el daño. El primer paso es reconocer la herida, no negarla ni restarle importancia. No se trata de hacer como si nada hubiera pasado, sino de mirar la verdad de frente.
“Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá” (cf. Lucas 12,48).
Si te llamas cristiano, estás llamado a vivir el perdón porque Dios mismo te lo pide.
2. El perdón no es gratuito: requiere arrepentimiento
El perdón auténtico exige una disposición del corazón: arrepentimiento verdadero, que implica reconocimiento del error, dolor por la falta y propósito de enmienda.
Eso no significa que debemos esperar el arrepentimiento del otro para perdonar —Jesús perdonó en la cruz incluso antes de que muchos se convirtieran—, pero sí que el perdón pleno, que lleva a la reconciliación, solo es posible cuando ambas partes cooperan.
3. Perdonar no es lo mismo que reconciliarse
El perdón es personal, un acto del corazón. La reconciliación es relacional, implica reconstruir la confianza, lo cual puede o no ser posible, dependiendo del daño causado.
Perdonad, y seréis perdonados. (Lucas 6,37).
El resentimiento es el gran enemigo del perdón. No se perdona en la cabeza como si se tratara de olvidar. Se perdona en el corazón, el centro del ser, donde actúa la gracia de Dios.
4. El perdón es un mandato, no una opción
Perdónanos nuestras ofensas, así como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. (Mateo 6,12).
Jesús nos enseñó a orar así. En este mandato, nos revela una ley espiritual: seremos perdonados en la medida en que perdonemos.
Sed bondadosos y comprensivos unos con otros, perdonándoos mutuamente como Dios os perdonó en Cristo. (Efesios 4,32).
5. Perdonar no es sinónimo de debilidad
Muchos confunden el perdón con la resignación o con aguantar pasivamente el mal. Nada más lejano. El perdón es un acto libre y poderoso, que libera al ofendido del veneno del rencor. Sin embargo, perdonar no implica mantener relaciones dañinas.
Hay personas muy heridas que repiten patrones de daño. En esos casos, perdonar también puede implicar tomar distancia. Alejarse no para castigar, sino para proteger las almas y buscar sanación. Y en ciertas situaciones extremas —como adicciones destructivas o trastornos graves no tratados— incluso la separación puede ser justa y aconsejable.
6. El perdón requiere humildad
La soberbia impide tanto pedir perdón como concederlo. A veces, lo que hace falta en el matrimonio no es más consejo, sino más humildad. Tragar el orgullo. Sacrificarse. Hablar con verdad y con ternura.
Sopórtense mutuamente y perdónense cuando alguno tenga una queja contra otro. El Señor los ha perdonado: hagan ustedes lo mismo. (Colosenses 3,13).
7. El perdón es urgente
San Pablo nos dice:
No se ponga el sol mientras estén enojados. (Efesios 4,26).
Esta exhortación nos recuerda que el perdón no puede posponerse indefinidamente. Sin embargo, no siempre debe interpretarse de forma estrictamente literal. En ocasiones, lo más sabio es esperar hasta el día siguiente para hablar con la cabeza fría y el corazón reposado. Cada pareja conoce sus propias dinámicas y tiempos, y algunas heridas necesitan una pausa prudente para evitar empeorar la situación con palabras precipitadas.
Lo importante es no usar el tiempo como excusa para dejar que el enojo se encone. El perdón es urgente, incluso si la conversación se pospone unas horas. Nunca hay que dejar que la herida se infecte con el silencio o el orgullo. Cuando se ama, se perdona con prontitud, y se busca el momento oportuno para restaurar el vínculo con serenidad y verdad.
8. El perdón exige reparación
Perdonar no borra mágicamente las consecuencias del daño. El verdadero arrepentimiento lleva a reparar. Ya sea con palabras, gestos, cambios concretos. Esto también es parte de la sanación de la confianza.
¿Cuántas veces debo perdonar a mi hermano? (…) Hasta setenta veces siete. (Mateo 18,21-22).
Pero también es cierto que una ofensa repetida desgasta. El corazón humano tiene límites. Hay que trabajar para no repetir lo que daña, sobre todo en la vida conyugal. El amor se nutre de confianza, y esta puede ser muy difícil de recuperar una vez rota.
Para construir un matrimonio sano, el perdón es esencial
Volvamos a Colosenses 3, 9-15, una joya para la vida de pareja:
No se mientan unos a otros (…) revístanse de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia. Sopórtense y perdónense mutuamente. Y, sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección. Que la paz de Cristo reine en sus corazones. Sean agradecidos.
El perdón no lo damos solos. Es Dios quien perdona en nosotros y por nosotros. Si queremos matrimonios fuertes, necesitamos corazones humildes, agradecidos, capaces de pedir perdón y de otorgarlo. Solo así caminamos hacia una reconciliación verdadera y una vida en común que refleje el amor de Dios.
Mi oración contigo.
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*Este artículo está inspirado en la enseñanza que el Padre Akjmed Echeverry dio en el grupo de oración en parejas "Cordón de 3 dobleces", de la Parroquia Santa María Bernarda Bütler de Parque Heredia.
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