Este Viernes Santo tuve la oportunidad de compartir la reflexión de una de las 7 palabras de Jesús en la cruz en mi parroquia. Hoy quiero compartirla con ustedes.
En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso.
Esta palabra, relatada por el evangelista Lucas, nos trae a la mente la imagen de Jesús en medio de 2 ladrones. Un ladrón malo al que los cuervos le sacan los ojos y un ladrón bueno que obtiene la salvación.
Al pensar en este ladrón bueno, muchas veces imaginaba su vida como la de tantos jóvenes de nuestra ciudad. Sin oportunidades, en ambientes de violencia, sin educación, sin trabajo, sin ejemplos que seguir. Que tal vez, había entrado en el mundo de la delincuencia para llevar un pan a su casa, tal vez lo había hecho para aparentar con sus amigos una vida que no tenía, tal vez lo había hecho imitando a mafiosos que veía en las novelas. No lo sabemos. El punto es que delinquió. Y a punto de morir, se arrepintió de sus pecados y alcanzó la vida eterna.
A este ladrón lo vemos como "el bueno", porque su historia está en la biblia, alguien la conoció, alguien la contó. El mismo Jesús habló con él.
Pero cuántos ladrones buenos desconocidos no habrá que en el último momento de su vida aceptan a Jesús? Tal vez desangrados. Tal vez huyendo de una multitud que los persigue para matarlos. Tal vez viendo arder el vehículo en que se transportaban. Tal vez siendo golpeados por la policía.
Y a cuántos ladrones buenos no hemos condenado como ladrones malos? A cuantos de ellos no hemos enviado al infierno sin conocer su corazón? Cuántas madres no han quedado sin esperanza ante los comentarios de personas que no ven posible que sus hijos lleguen al cielo?
Hace solo unas semanas, en medio de la guerra de bandas criminales que vive nuestra ciudad, que ya deja más de 100 muertos en lo que va del año, hubo 3 muertes que llamaron la atención de toda la ciudad. Una pareja de pastores junto a hombre llamado Ernesto, Del cuál se decía que hacía parte de una de las bandas en disputa. Ernesto, pudo haber muerto como un ladrón malo, pero alguien conoció su testimonio. Hace poco había salido de la cárcel, y estaba celebrando su cumpleaños.
Los pastores vivían en frente y estaban con él leyendo la palabra y orando juntos cuando llegaron los sicarios.
A Ernesto, al igual que aquel ladrón, Jesús le dijo a través de esa pareja, hoy estarás conmigo en el paraíso.
Tanto el ladrón bueno como Ernesto, encontraron a Jesus porque alguien vio más allá de sus pecados y les habló de la verdad, les habló del cielo, les habló del amor de Dios.
Hermanos y hermanas. Con esta palabra quiero invitarlos a vivir 3 actitudes evangélicas:
1. Dejemos de condenar a las personas. Especialmente a los que creemos ladrones malos. Porque solo Dios conoce sus corazones.
2. Seamos valientes para evangelizar a esos ladrones malos que tenemos en el camino. Al drogadicto, al fletero, al guerrillero, al paramilitar, al corrupto, al mentiroso, al borracho, al violento, al infiel, al despiadado. Tal vez tú seas el único evangelio que ellos escuchen.
3. No nos creamos tan buenos, no sea que, como dice San Pablo, nos condenemos nosotros después de haber ayudado a salvar a otros. Digamos cada día: Acuérdate de mi cuando entres en tu reino.
Tuve el grato placer de escuchar cada palabra de tu reflexión puesto que tuve la oportunidad de estar cerca de ti en el altar, y me pareció la reflexión más asertiva de toda la noche, sobretodo porque nos lleva a ver más haya de lo que nos muestra la parte externa de una persona, nos lleva a ver el interior. Es como un banano, si intentas comer lo externo, es decir la concha, te parecerá lo más desagradable, pero si pruebas lo que está dentro encontrarás la dulzura de la fruta.
ResponderBorrarEn definitiva el ladrón malo quedó visto por el mundo como un desecho de la sociedad, pero solo en el silencio y en la intimidad con Jesús, logró hacer lo que mejor sabía hacer, pero esta vez lo hizo de la manera correcta, supo robarse el cielo justo antes de morir.
Por último me lleva a reflexionar que nunca es tarde para cambiar y arrepentirse de nuestros pecados, puesto que Jesús siempre está con los brazos abiertos para perdonarte incluso en nuestro lecho de muerte.