MALDITO EL HOMBRE QUE CONFÍA EN EL HOMBRE
Con esas palabras tan fuertes el profeta Jeremías (capítulo 17) nos advierte los peligros de poner nuestra confianza en cualquier cosa o persona que no sea Dios.
¿Pero significa esto que no debemos fiarnos de ninguna persona en el mundo? Por supuesto que no, constantemente ponemos nuestras vidas en las manos de médicos, choferes, cocineros, amigos, jefes, etc. Oro a Dios para que me rodee y nos rodee de personas fiables y sinceras, en las que podamos apoyarnos en nuestra vida terrenal, e incluso en parte de nuestra vida espiritual.
Lo que esta palabra nos dice es que no debemos creer que por tener influencias, compadrazgos, influencia sobre los demás, eso nos garantiza algo en este vida. La palabra es clara y nos dice que el que cree eso tendrá una vida árida, como arena del desierto. ¿Por qué? Porque nada hay tan engañoso como el corazón humano, así pues, nos puede pasar que creemos que nos guía el deseo de hacer el bien, y lo que nos guía es la vanidad. O podemos creernos salvos, cuando en realidad estamos caminando por el camino opuesto al querer de Dios.
Esto fue justo lo que le pasó al rico del que habla el evangelio de San Lucas (capítulo 16), que vivía una vida confiada en los hombres y en sus riquezas, pero al final no pudo salvar su alma. En cambio, el pobre Lázaro que había vivido con limitaciones y en soledad, al poner su confianza en Dios, alcanzó la vida eterna.
El que cree en Dios, nos dice la palabra, será como un árbol que crece junto al agua, tendrá esa fuente inagotable de salvación que lo llevará hasta la vida eterna, y aquí mismo en la tierra, vivirá sus días plenamente confiado en que la providencia de Dios lo conduce. A mi siempre me ha gustado mucho esa metáfora del árbol que crece al borde del río, porque así es la vida del que confía en Dios, un constante fluir del Espíritu (aunque a veces no lo sintamos).
Para vivir de esta forma debemos mantenernos constantemente unidos a Dios, esto implica una vida rica en sacramentos, especialmente la eucaristía frecuente y la confesión. También implica una vida de oración y de estudio de la palabra y finalmente, cumplir con las obras de caridad.
Como ves, no es nada del otro mundo lo que se requiere para confiar (activamente) en Dios. Es hacer lo que Él mismo ya nos ha pedido que hagamos en su palabra.
La pregunta es: ¿Estás dispuesto a renunciar a las seguridades que te dan las personas y los bienes materiales para abandonarte completamente en Dios?
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