La devoción al Sagrado Corazón no nació de un libro de oraciones, sino del Evangelio. En el momento en que el soldado atravesó el costado de Jesús, brotaron sangre y agua (Jn 19,34). Los primeros cristianos vieron en ese gesto el nacimiento de la Iglesia, el fluir del Espíritu Santo y el inicio de una nueva vida para toda la humanidad. Desde entonces, el Corazón de Cristo se entiende como fuente de vida, de amor y de misericordia que nunca deja de latir por el mundo. Del costado traspasado a la fuente del Espíritu Los Padres de la Iglesia, especialmente los de Asia Menor, enseñaban que de esa herida abierta brotan los sacramentos, la Palabra y la gracia que sostienen la fe. Desde el costado abierto del Salvador, Dios derrama su amor sobre la humanidad e invita a todos a beber de su fuente eterna. La encíclica Dilexit Nos del Papa Francisco retoma esta enseñanza y recuerda: “Su costado herido, que interpretamos como su corazón, está lleno del Espíritu Santo y desde él llega a nosotro...
Un espacio dedicado a fortalecer nuestra fe en Dios, reflexionar en su palabra y crecer en el amor.